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El legado y la vuelta al mundo con los escritores de Claudio López de Lamadrid

De David Foster Wallace (EE UU) a Virginie Despentes (Francia), pasando por García Márquez (Colombia) y Coetzee (Sudáfrica), hasta Chimamanda Ngozi Adichie (Nigeria) y Eva Baltasar (España), reproducimos voces de 20 autores que conquistaron al editor fallecido

Muchos de los libros que han enriquecido las bibliotecas de españoles y latinoamericanos fueron elegidos por él. Muchos de los títulos que han permitido conocer cómo escriben algunos de los autores contemporáneos más importantes del siglo XXI y los que aspiran a serlo los eligió él. Muchos de los nuevos escritores que han logrado un lugar en la vida de la gente los eligió él. Muchas de las obras que han llevado al público por las literaturas de tantos y diferentes países los eligió él. Muchos de los nombres que han diversificado y ensanchado el territorio literario de América Latina han sido conocidos porque él creyó en ellos.

Él es Claudio López de Lamadrid, fallecido este 11 de enero a los 59 años (Barcelona, 1960-2019). Era el Director Editorial de Literatura Random House, Reservoir Books y Caballo de Troya y de Penguin Random House para América Latina. Tenía una sensibilidad muy especial que lo llevó a crear un catálogo diverso y planetario de autores contemporáneos y de nuevas narrativas donde la literatura de España y Latinoamérica ocupa un lugar muy destacado, sobre todo con sus apuestas, y que él buscaba cohesionar como un solo territorio idiomático y literario en su diversidad. (Puedes leer el artículo sobre su fallecimiento en este enlace).

Era la persona en quien estaban muy bien armonizados el lector ideal y romántico y el editor profesional y apasionado. Alguien prestigioso y respetado en la industria editorial, apreciado por sus compañeros y amigos y querido por sus lectores sin que supieran que a él debían parte de su dicha lectora.

Su mirada abarcaba desde escritores indiscutibles hasta aquellos debutantes o no pero por los que apostaba fuertemente. Su catálogo era de orígenes diferentes:

Heredó unos escritores y los supo conservar (De García Márquez a Philip Roth); contrató otros ya conocidos para mejorar su catálogo: de António Lobo Antunes a Javier Cercas o Belén Gopegui... Apostó por autores de diferentes países e diomas para convertir su lista en una babel: del chino Ma Jian al alemán Daniel Kehlmann… Creyó ciegamente en autores hoy reconocidos: de David Foster Wallace a Chimamanda Ngozi Adichie… Y no paró de otear promesas españolas o ayudar a impulsarlas: de Alberto Olmos y Elvira Navarro a Eva Baltasar… Un lugar relevante ocupa en su catálogo la literatura de América Latina, en especial los nombres más contemporáneos con cuyos libros recordaba la gran diversidad y belleza del español como una sola lengua y fortalecer a algunos autores, impulsar a unos cuantos y presentar a otros: de César Aira y William Ospina a Horacio Castellanos Moya, Rodrigo Fresán, Fernanda Melchor, Patricio Pron, Giuseppe Caputo, Nona Fernández, Emiliano Monge, Laia Jufresa, Pablo Montoya…

En líneas menos comerciales o tradicionales, respaldó el sello Caballo de Troya dedicado a la búsqueda de nuevos nombres y narrativas y fortaleció Reservoir Books con una vocación más rompedora, alternativa e incluso más desde la periferia con novelas, biografías, híbridos literarios y novelas gráficas.

WMagazín rinde homenaje a Claudio López de Lamadrid y le da las gracias recordando a una veintena de sus autores que hoy están con nosotros. Para ello recuperamos las voces de esos escritores con los comienzos de los libros que algo debieron decirle a López de Lamadrid para que lo conquistaran y fueran editados:

David Foster Wallace (Estados Unidios, 1962-2008): 'La broma infinita' (2002)

AÑO DE GLAD

Estoy sentado en una sala, rodeado de cabezas y de cuerpos. Mi postura es conscientemente congruente con la forma de mi dura silla. Es una fría habitación en la administración de la universidad con las paredes forradas de madera, con cuadros al estilo Remington, y ventanas dobles que la protegen de la canícula de noviembre. Los ruidos administrativos quedan aislados por la sala de recepción por la que acabamos de entrar el tío Charles, el señor DeLint y yo.

Yo estoy aquí dentro.

Tres rostros perentorios se sitúan encima de sendas americanas ligeras de verano y anchas corbatas de seda en la otra punta de una pulida mesa de conferencias de pino que brilla con la luz cual telaraña del atardecer de Arizona. Son tres decanos: el de admisiones, el de asuntos académicos y el de asuntos deportivos. No sé qué rostro pertenece a quién.

Philip Roth (Estados Unidos, 1933-2018): 'Elegía' (2011)

Alrededor de la tumba, en el ruinoso cementerio, estaban algunos de sus antiguos colegas publicitarios de Nueva York, que recordaron su energía y su originalidad y le dijeron a su hija, Nancy, que trabajar con él había sido un gran placer. Varios de los presentes habían viajado desde Starfish Beach, el complejo residencial para jubilados en la costa de Jersey donde él había vivido desde la festividad de Acción de Gracias de 2001; eran los ancianos a los que recientemente había dado clases de pintura. Y estaban sus dos hijos, Randy y Lonny, hombres de mediana edad nacidos de su turbulento primer matrimonio que, muy apegados a su madre, poco sabían de él que fuese digno de elogio y mucho de espantoso, y que habían acudido tan solo por sentido del deber. Su hermano mayor, Howie, y su cuñada habían viajado en avión desde California la noche anterior, y también estaba presente una de sus tres ex esposas, la de en medio, la madre de Nancy, Phoebe, una mujer alta, muy delgada y canosa, cuyo brazo derecho le pendía flácido al costado. Cuando Nancy le preguntó si quería decir algo, Phoebe sacudió tímidamente la cabeza, pero de todos modos habló en voz queda, con cierta dificultad.

–Cuesta tanto de creer… Sigo pensando en él nadando en la bahía… eso es todo. Sigo viéndolo cruzando a nado la bahía.

  • Elegía. Philip Roth (Literatura Random House).

Joan Didion (Estados Unidos, 1934): 'Noches azules' (2012)

En ciertas latitudes hay un lapso de tiempo, al acercarse el solsticio de verano y los días posteriores, unas semanas como mucho, en que los crepúsculos se vuelven largos y azules. Este periodo de las noches azules no tiene lugar en la California subtropical, donde yo viví durante gran parte del tiempo del que voy a hablar aquí y donde el final de la luz del día es brusco y queda perdido en el resplandor del sol poniente, pero sí que ocurre en Nueva York, que es donde vivo ahora. Se puede ver ya a finales de abril y principios de mayo, un cambio de estación, no es exactamente que afloje el frío –de hecho, el frío no afloja para nada– y sin embargo de repente el verano parece próximo, una posibilidad, una promesa incluso. Pasas por delante de una ventana, paseas hasta Central Park y te encuentras bañada en el color azul: la luz en sí es azul, y al cabo de una hora más o menos este azul se acentúa, se intensifica aun mientras se oscurece y se apaga y se aproxima finalmente al azul del cristal en un día despejado en Chartres, o al de la radiación de Cherenkov que emiten las varas de combustible de las piscinas de los reactores nucleares. Los franceses llaman a esta hora del día «l’heure bleue». Nosotros la llamamos «el crepúsculo». La misma palabra «crepúsculo» reverbera, despierta ecos –crepitación, crescendo, corpúsculo, crisálida–, lleva en sus consonantes las imágenes de persianas que se cierran, de jardines que se oscurecen, de ríos flanqueados de hierba que se deslizan entre las sombras. Durante las noches azules uno piensa que el día no se va a acabar nunca.

Fernanda Melchor (México, 1982): 'Temporada de huracanes' (2018)

Llegaron al canal por la brecha que sube del río, con las hondas prestas para la batalla y los ojos entornados, cosidos casi en el fulgor del mediodía. Eran cinco, y su líder, el único que llevaba traje de baño: una trusa colorada que ardía(…)

Pieles color canela, color caoba tirando a palo de rosa, pieles húmedas y vivas que desde lejos, desde aquel tronco a varios metros de distancia desde donde la Bruja los espiaba, se le figuraban tersas pero firmes y apretadas como la carne acidulada de la fruta aún verde, la más irresistible, la que más le gustaba, por la que suplicaba en silencio, concentrando la fuerza de su deseo en el haz penetrante de su negra mirada, oculta siempre en la espesura o paralizada por el ansia en los linderos de las parcelas, con las eternas bolsas del mandado colgando de sus brazos y los ojos humedecidos por la belleza de toda esa carne lozana, el velo alzado por encima de la cabeza para verlos mejor, para olerlos mejor, para saborear en la imaginación el aroma salitroso que los machos jóvenes dejaban flotando en el aire de la llanura, en la brisa que a finales de año se tornaba en un viento necio…

Alma Guillermoprieto (México, 1949): 'La Habana en un espejo' (2017)

LA HABANA PERDIDA

De los seis meses que pasé en Cuba como profesora de danza moderna, hace ya más de tres décadas, sólo conservo mis fragmentados recuerdos y unos cuantos recuerdos físicos. Éstos me ayudan a probar, cuando dudo, que realmente hice aquel viaje que trastornó mi vida por completo.

Los fragmentos son cuatro. En primer lugar, una cajita de madera tropical con incrustación de hilo de plata: la palabra «Vuelve» está grabada a rayonazos torpes con un clavo o cuchillo en el anverso de la tapa. Luego, un cuaderno de espiral; en las pocas hojas que le quedan, encuentro apuntes de alguna reunión de maestros, unas cuantas reflexiones mías y el original de las cartas que les escribí a cada uno de mis alumnos al terminar el curso. Estas cartas no han sido útiles a la hora de reconstruir mi estancia cubana; no logro compaginar a los alumnos de mis recuerdos con los nombres que aparecen en el cuaderno, ni tampoco, por bochorno, logro leer de principio a fin ninguna de las cartas escritas por esa joven inepta que alguna vez fui yo.

 

 

Gabriel García Márquez (Colombia, 1927-2014): 'El amor en los tiempos del cólera' (tendrá una edición ilustrada en 2019)

Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados. (…)

Florentino Ariza, en cambio, no había dejado de pensar en ella un solo instante después de que Fermina Daza lo rechazó sin apelación después de unos amores largos y contrariados, y habían transcurrido desde entonces cincuenta y un años, nueve meses y cuatro días. No había tenido que llevar la cuenta del olvido haciendo una raya diaria en los muros de un calabozo, porque no había pasado un día sin que ocurriera algo que lo hiciera acordarse de ella. En la época de la ruptura él vivía solo con su madre, Tránsito Ariza, en una media casa alquilada de la Calle de las Ventanas, donde ella tuvo desde muy joven un negocio de mercería y donde además deshilachaba camisas y trapos viejos que vendía como algodón para los heridos de guerra. Fue su hijo único, habido de una alianza ocasional con el conocido naviero don Pío Quinto Loayza, uno de los tres hermanos que fundaron la Compañía Fluvial del Caribe, y le dieron con ella un impulso nuevo a la navegación a vapor en el río de la Magdalena.

V. S. Naipaul (Trinidad y Tobago, 1932-2018) ): 'Un recodo en el río' (2009)

“El mundo es lo que es: los hombres que no son nada, que se permiten llegar a no ser nada, no tienen lugar en él.

Nazruddin, el hombre que me vendió la tienda a bajo precio, no creía que me fuera a ser fácil reanudar el negocio. El país, igual que otros de África, había pasado sus dificultades después de conseguir la independencia. La ciudad del interior, asentada en el recodo del gran río, casi había dejado de existir, y Nazruddin afirmaba que yo tendría que empezar desde el principio.

Viajé en mi Peugeot desde la costa. Fue uno de esos viajes que nadie sería capaz de emprender ahora en África: desde la costa oriental hasta el centro. A lo largo del camino, demasiados lugares han sido cerrados o manchados de sangre. Aun entonces, cuando las carreteras estaban más o menos abiertas al tránsito, tardé más de una semana en llegar…”.

Mauro Javier Cárdenas (Ecuador, 1978): 'Los revolucionarios lo intentan de nuevo' (2018)

I LEOPOLDO LLAMA A ANTONIO

Dicen que al teléfono le cayó un rayo en Domingo de Ramos, don Leopoldo. Al único teléfono del Calderón que no se tragaba las monedas. Al menos no todas. Que la gente comenzó a peregrinar hacia el teléfono para llamar a sus ausentes. Que el único testigo del supuesto milagro rayofónico, ese que es guardián del parque Calderón – ¿conoce usted ese parque? El que está por la gasolinera esa que pillaron echándole agua al diésel y arrojando Pennzoil quemado al estero Salado, imagínese, como si el Salado necesitara más mugre, un poco más y lo hediondo no nos dejará respirar, por suerte usted no vive cerca del Salado como yo, por suerte León está a cargo y enviará a su gente para que lo restrieguen pronto. Por eso voté por su jefe, don Leopoldo, usted sabe que siempre he votado por León. Así que el guardián ese oyó truenos y vio rayos y se espeluznó. Peor aún porque andaba repleto de licor Patito, don Leopoldo. Parece que ya tenía fama de pluto y cantautor. En el Guasmo le dicen Julito por Jaramillo. Dicen que en el Calderón le daba serenatas a su segunda esposa y que aún lleva en hombros su guitarra para cantarles a las empleadas domésticas que se pasean por el parque los domingos. Cuando tú / te hayas ido / me envolverán / ¿se acuerda de ese pasillo de Julio Jaramillo?

César Aira (Argentina, 1949): 'Prins' (2018)

Condenado de toda la vida a la laboriosa redacción de novelas góticas, encadenado al gusto decadente de un público inculto… La fatiga se apoderaba de mí. No podía ni siquiera terminar una oración. Quiero decir… Una sintaxis decente… No es que no pudiera escribir, siempre podría, era parte de los automatismos adquiridos por mi sistema nervioso, pero hubo un momento en que las sombras se espesaron sobre mí… Los gustos refinados de mi juventud letrada quedaron sepultados bajo los imperativos de las apolilladas convenciones de la novela gótica. Y además sufrieron la devaluación de la cantidad. Ya había perdido la cuenta de mi producción, esa parva inicua. La literatura de género promueve, y hasta obliga a la cantidad. Para empezar, se le exige poca calidad, porque la densidad de la calidad literaria dificulta la lectura, y en los géneros la idea es que se lea sin esfuerzo, con placer (dentro de todo, el razonamiento tiene algo de atendible). Siendo así, se puede escribir rápido. Y los lectores consiguientemente leen rápido, terminan pronto el libro y quieren otro. Se establece un círculo, no sé si vicioso o virtuoso, la demanda se satisface, el negocio prospera, y el autor queda preso en la máquina infernal.

  • Prins. César Aira (Literatura Random House)

Rafael Gumucio (Chile, 1970): 'La deuda' (2009)

Casi toda su vida adulta la había vivido oculto tras una barba tupida y negra.

A los veintidós años, recién casado y con un expediente de expulsión de la universidad que jugaba en su contra, Fernando Girón sentía con absoluta urgencia que su apariencia tenía que ser amenazante, seria, convencida, adulta y profunda. Sin pensarlo se dejó crecer una barba falsamente descuidada, como las de los hippies en las películas, o la de los guerrilleros cubanos en los panfletos o la de los próceres del siglo XIX en los libros de historia. Por lo demás, en el país donde se hizo hombre, el Chile de los años ochenta, era común entre su grupo de amigos esconder la boca detrás de un velo fúnebre, ensayar una cuidadosa pausa antes de cualquier pronunciamiento, esbozar una disimulada sonrisa intermedia antes de saber si había espacio suficiente para hablar sin ser espiado.

Esta mañana de verano, sin embargo, Fernando decide renunciar a ese comodín y jugar con sus propias cartas. Una tijera, dos maquinillas de afeitar y de pronto Fernando se sorprende a sí mismo pagano, adulto, niño y soldado romano a punto de una batalla. Una cara de afiche, de portada de libro, de héroe incluso.

Peter Carey (Australia, 1943): 'Parrot y Olivier en América' (2011)

Tengo muy claro que, antes de mi nacimiento, sucedió algo cruel y catastrófico, y sin embargo mis padres, el comte y la comtesse, no me decían qué era. Como resultado de ello, mi órgano de la curiosidad se volvió irritable y me convertí en la criatura más inquieta y enfermiza que imaginarse pueda: flaco, pálido, siempre encaramándome, siempre metiendo la nariz en todas las acequias y buhardillas del château de Barfleur…

Pero tened esto presente: dada la ferocidad de mis pesquisas, ¿no os parece natural que me topara con el célérifère de mi tío?

En vuestras familias el célérifère tal vez fuese de dominio público, pero en la mía, como todo lo demás, era un misterio. Aquella torpe bicicleta de madera, construida por mi tío Astolphe de Barfleur, no salió a la luz hasta que un par de pizarreros itinerantes la entrevieron atada a las vigas. No sé, ni imagino, por qué mi tío, ya que supongo que fue él, tuvo que atarla allí y utilizó para ello dos correas de cuero para perro. Es muy propio de mí imaginar enseguida una tragedia –que ha muerto un fiel animal de compañía, por ejemplo–, pero quizá las traíllas de cuero eran lo que mi tío tenía más a mano. En cualquier caso, este era uno de los típicos enigmas atrapados en el interior del château de Barfleur. Al menos no fui yo quien lo encontró y eso hace que incluso ahora se me acelere el pulso al imaginar cómo habría reaccionado mi madre si así hubiera sido.

Ma Jian (China, 1953): 'Pekín en coma' (2011)

A través del agujero donde estuvo la galería, ves que el algarrobo derribado vuelve a crecer lentamente. Esta es una clara señal de que a partir de ahora vas a tener que tomarte en serio la vida.

Tomas una almohada y te la pones bajo los hombros, de modo que puedas ladear la cabeza y la sangre que está en el cerebro fluya de regreso al corazón, permitiendo que tus pensamientos se despejen un poco. Tu madre te apoyaba la cabeza así de vez en cuando.

Las mañanas plateadas están siempre llenas de nuevas intenciones, pero hoy es el primer día del nuevo milenio, por lo que espesan el aire del alba más que nunca.

Aunque aún no han llegado las heladas del invierno, la atmósfera en el exterior es muy fría.

Un olor a orina se cierne todavía en la habitación. Rezuma de tus poros cuando la luz del sol te cubre la piel.

Miras el exterior. El aire de la mañana no se está alzando del suelo como lo hizo ayer, sino que cae desde el cielo sobre las copas de los árboles, se mueve lentamente a través de las hojas, roza al pasar la carta manchada de sangre prendida en las ramas y absorbe humedad al caer.

Vikram Chandra (India, 1961): 'Juegos sagrados' (2018)

Sí.
–¿Qué le parece eso?
–Me asusta.
–¿No está entusiasmado por haber sido escogido para trabajar en un caso grande?

Sartaj echó atrás la cabeza y se rió.
–El entusiasmo es una cosa. Pero los casos grandes pueden engullir a inspectores pequeños.

Ahora fue ella la que sonrió de oreja a oreja.
–Pero ¿trabajará en él?
–Hago lo que me dicen.
–Sí. Siento no poder decirle mucho más. Pero digamos que incumbe a la seguridad nacional, un gran peligro para la seguridad nacional.

De nuevo, ella esperaba que él dijera algo.
–¿Entiende lo que digo?

Sartaj se encogió de hombros.
–Ese tipo de cosas siempre me parecen filmi. Por lo general lo más excitante que hago es arrestar a taporis locales por extorsión. Un asesinato aquí y allí.

–Esto es real.
–Vale.
–Y muy grande.
–Entiendo.

Sartaj no entendía en absoluto, pero si era el tipo adecuado de caso grande, tal vez no fuera malo estar relacionado con él. Tal vez habría reconocimientos y menciones de honor por haber hecho cosas pequeñas para un caso grande.

J. M. Coetzee (Sudáfrica, 1940): 'Desgracia' (2000)

Para ser un hombre de su edad, cincuenta y dos años y divorciado, a su juicio ha resuelto bastante bien el problema del sexo. Los jueves por la tarde coge el coche y va hasta Green Point. A las dos en punto toca el timbre de la puerta de Windsor Mansions, da su nombre y entra. En la puerta del número 113 le está esperando Soraya. Pasa directamente hasta el dormitorio, que huele de manera agradable y está tenuemente iluminado, y allí se desnuda. Soraya sale del cuarto de baño, deja caer su bata y se desliza en la cama a su lado.

—¿Me has echado de menos? —pregunta ella.

—Te echo de menos a todas horas —responde. Acaricia su cuerpo moreno como la miel, donde no ha dejado rastro el sol; lo extiende, lo abre, le besa los pechos; hacen el amor.

  • Desgracia. J. M. Coetzee (Literatrua Random House).

Chimamanda Ngozi Adichie (Nigeria, 1977): 'Medio sol amarillo' (2007)

El señor estaba un poco loco; se había pasado un montón de años leyendo libros en el extranjero, hablaba solo en su despacho, no siempre devolvía el saludo y llevaba el pelo demasiado largo. La tía de Ugwu se lo confesó en voz baja mientras avanzaban por el camino.

–Pero es buena persona –añadió–. Si trabajas bien, comerás bien; incluso comerás carne a diario.

Se detuvo para escupir. Arrojó el salivazo haciendo ruido y este fue a parar sobre la hierba.

Ugwu no podía creer que alguien, ni siquiera aquel señor con quien iba a vivir, comiera carne a diario. No obstante, no le llevó la contraria a su tía porque se encontraba demasiado concentrado en su expectación, demasiado ocupado imaginando su nueva vida lejos de la ciudad. Llevaban un rato caminando después de haberse bajado del camión en el parque móvil y el sol de la tarde le quemaba la nuca; pero no le importaba. Estaba dispuesto a caminar durante horas bajo un sol aún más abrasador. Nunca hasta entonces había visto algo parecido a las calles que se abrieron ante ellos una vez que hubieron cruzado la puerta del recinto de la universidad, unas calles cuyo pavimento liso y alquitranado lo incitaba a posar sobre él la mejilla. No sería capaz de describirle a su hermana Anulika las casas de una planta que allí estaban pintadas del color del cielo y se alineaban una junto a otra como hombres educados y bien vestidos, ni los setos que las delimitaban, podados tan rectos que parecían mesas tapizadas de hojas.

Daniel Kehlmann (Alemania, 1975): 'F' (2015)

Años más tarde, ya adultos desde hacía mucho y cada uno enredado en su propia desgracia, ninguno de los hijos de Arthur Friedland recordaba de quién había sido realmente la idea de ir a ver aquella tarde al hipnotizador.

Era el año 1984, y Arthur no tenía trabajo. Escribía novelas que ninguna editorial quería imprimir, y relatos que de vez en cuando se publicaban en revistas. No hacía otra cosa, pero su mujer era oculista y ganaba dinero.

Durante el trayecto de ida habló con sus hijos de trece años sobre Nietzsche y marcas de goma de mascar, discutieron sobre una película de dibujos animados que estaban poniendo en el cine y que trataba de un robot que también era el Salvador, formularon hipótesis sobre por qué Yoda hablaba tan raro y se preguntaron si Superman sería más fuerte que Batman. Finalmente, se detuvieron ante los chalés adosados de una calle de las afueras. Arthur llamó dos veces con el claxon; unos segundos más tarde se abrió una puerta.

Virginie Despentes (Francia, 1969): 'Teoría King Kong' (2018)

Escribo desde la fealdad, y para las feas, las viejas, las camioneras, las frígidas, las mal folladas, las infollables, las histéricas, las taradas, todas las excluidas del gran mercado de la buena chica. Y empiezo por aquí para que las cosas queden claras: no me disculpo de nada, ni vengo a quejarme. No cambiaría mi lugar por ningún otro, porque ser Virginie Despentes me parece un asunto más interesante que ningún otro.

Me parece formidable que haya también mujeres a las que les guste seducir, que sepan seducir, y otras que sepan casarse, que haya mujeres que huelan a sexo y otras a la merienda de los niños que salen del colegio. Formidable que las haya muy dulces, otras contentas en su feminidad, que las haya jóvenes, muy guapas, otras coquetas y radiantes. Francamente, me alegro por todas a las que les convienen las cosas tal y como son. Lo digo sin la menor ironía. Simplemente, yo no formo parte de ellas. Seguramente yo no escribiría lo que escribo si fuera guapa, tan guapa como para cambiar la actitud de todos los hombres con los que me cruzo. Yo hablo como proletaria de la feminidad, desde aquí hablé hasta ahora..

Sally Rooney (Irlanda, 1991): 'Conversaciones entre amigos' (2018)

Bobbi y yo conocimos a Melissa en la ciudad, en una velada poética en la que actuamos juntas. Nos hizo una foto en la calle en la que Bobbi salía fumando y yo sujetándome tímidamente la muñeca izquierda con la mano derecha, como si temiera que fuese a escaparse. Melissa usaba una cámara profesional grande y llevaba un montón de objetivos distintos en un estuche especial. Charlaba y fumaba mientras tomaba las fotos. Comentó nuestra actuación y hablamos de su obra, que conocíamos de internet. A eso de la medianoche cerraron el bar. Empezaba a llover y nos invitó a tomar una copa en su casa.

Nos subimos las tres al asiento trasero de un taxi y nos abrochamos los cinturones. Bobbi iba en medio, con la cabeza girada para hablar con Melissa, así que pude admirar su nuca y su pequeña oreja con forma de cucharilla. Melissa le dio al taxista una dirección de Monkstown y yo me puse a mirar por la ventanilla. En la radio, una voz anunció: «Clásicos… del pop… de los ochenta…». Y luego sonó una sintonía. Yo estaba emocionada, lista para afrontar el reto de visitar la casa de una desconocida, y ya preparaba cumplidos y ciertas expresiones que me hicieran parecer encantadora.

António Lobo Antunes (Portugal, 1942): 'No es medianoche quien quiere' (2017)

Despertaba en medio de la noche seguro de que el mar me llamaba a través de las persianas cerradas, giraba la cabeza hacia la ventana y lo sentía mirándome como el sonido de los pinos mirándome y las voces de mis padres, al final del pasillo, mirándome, todo me miraba en la oscuridad y repetía mi nombre, preguntaba

—¿Qué es lo que he hecho?

y silencio, el mar y los pinos desaparecían de la ventana, adónde os habéis marchado, y mis padres callados, si perdemos el mar y los pinos no queda casi nada, unos tejados, unos cañizos, la arena, sin huellas de gaviotas, por la mañana muy temprano, solo la porquería de la bajamar que todavía no han barrido, maderas, algas, gasoil, yo cinco años, mis hermanos siete y nueve, no voy a hablar de mi hermano mayor, no se habla de mi hermano mayor, ahí está sonriéndome

—Niña

y bajando a la playa en bicicleta y yo en el cuadro que me hacía algo de daño, feliz y con miedo

—No vamos a caernos prométemelo

Eva Baltasar (España, 1978): 'Permafrost' (2018)

Se está bien aquí. Por fin. Las alturas tienen eso: cien metros de vidrio vertical. El aire es aire en un estado superior de pureza, y por eso, además, parece más duro, por momentos casi compacto. Se cierne cierto olor a ferretería. La capa de ruido pesa como hollín y se mantiene latente, allí abajo, como un ojo de petróleo finísimo, crujiente, una suerte de regalo negro y brillante. No pasa ni un pájaro. En realidad, ellos también tienen su propio estado, entre nosotros y nuestros, llamémosles, dioses. Un vacío habitable entre las líneas más elevadas del pentagrama. Ahora mismo soy y no soy. Quizá solo me muestre, me manifieste como una mácula discretamente molesta en una gafa, una sombra inadecuada en esta zona chill out. Tomo aire, lo obligo a ser de mi propiedad a lo largo de mis conductos animados. Viva aún desprendo cierto calor, me imagino blandísima por dentro. Por fuera lo soy más de lo que creo, casi un producto de pastelería, un objeto de cera tibia barnizado, atractivo como una primera línea. Cada célula se reproduce, ajena a mí, y a la vez me reproduce, me convierte en una entidad debida. Si todas esas partes microscópicas dejasen de trabajar, aunque fuera un segundo… Las entidades indivisibles también merecen un descanso, como yo, como todos los genios del país. Trabajar con ellos me fuerza a asimilarme a ellos, a ser como ellos dentro de esta preciosa cerca de vidrio, un pececito rojo impersonal. Afablemente decorativo.

  • Permafrost. Eva Baltasar (Literatura Random House).

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Winston Manrique Sabogal

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